El impacto cruel y devastador de las guerras no le ha dado tiempo a la humanidad para ver más allá de los efectos sobre las poblaciones humanas, ya sea en términos de pérdida de vidas, desplazamientos forzados, daños a la infraestructura urbana, especialmente hospitales, escasez de alimentos, entre otros. Sin embargo, la guerra también tiene un efecto catastrófico sobre la naturaleza, convirtiéndola en una víctima adicional de los conflictos armados.
En este sentido, podemos identificar numerosos impactos ambientales, como la contaminación de fuentes de agua, suelo y aire; destrucción de ecosistemas, cultivos y bosques; muerte masiva de animales; mayor presión sobre los recursos naturales debido al desplazamiento forzado de grupos humanos; reducción del control sobre el uso de especies de fauna por parte de las autoridades ambientales, favoreciendo el tráfico y la sobreexplotación; y alteración de los patrones de migración de la fauna en respuesta a acciones militares. Esta situación se agrava porque millones de personas dependen de los servicios ecosistémicos que provienen del medio ambiente para garantizar sus medios de vida.
En el marco de esta reciente necesidad de conciencia global que exige considerar al medio ambiente como víctima de la guerra, en 2001, las Naciones Unidas declararon el 6 de noviembre como el "Día Internacional para la prevención de la explotación del medio ambiente en las guerras y conflictos armados". Posteriormente, en 2016, la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente reconoció oficialmente que la existencia de ecosistemas saludables y la gestión sostenible de los recursos naturales reducen la posibilidad de conflictos armados1.
Esta iniciativa se alinea con el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que buscan garantizar el bienestar de la humanidad en armonía con la naturaleza. Aunque sólo el objetivo 16 “Paz, justicia e instituciones fuertes” hace referencia explícita a este tema, es claro que prácticamente todos los objetivos están relacionados con su cumplimiento2.
En este contexto, el Derecho Internacional Humanitario (DIH)3, que regula la conducta de los Estados y actores armados durante el desarrollo de la guerra, se guía por principios fundamentales cuyo propósito es proteger la dignidad humana. Desde esta perspectiva, entre los principios que engloban la protección ambiental se encuentran: 1) la protección de los bienes civiles y culturales, a través de la prohibición de ataques a instalaciones hídricas, plantas eléctricas y áreas de importancia cultural; 2) proporcionalidad en los métodos y medios de guerra que puedan causar daños extensos, duraderos o graves al medio ambiente; 3) protección de áreas naturales y especies en peligro de extinción; 4) control de los efectos de la contaminación, mediante la prohibición de armas que puedan liberar sustancias tóxicas; 5) protección de objetivos específicos, que requiere distinguir entre objetivos militares y civiles.
Dicho todo esto, proteger el medio ambiente implica pensar más allá de la fase activa de la guerra. Es necesario considerar el período de posguerra para la reconstrucción moral, social y económica de la sociedad, ya que es una etapa en la que la biodiversidad puede representar una oportunidad vital para mitigar los efectos del conflicto, promoviendo un inicio efectivo y sostenible de la recuperación de las formas de vida de las poblaciones afectadas. Esto se basa en la identificación de todos los ciudadanos como parte de la naturaleza y dependientes de su integridad para restaurar el bienestar de las comunidades humanas involucradas en el conflicto4.
En los últimos años, entre otros numerosos conflictos bélicos activos en el mundo (al menos ocho a finales de 20235), hemos sido testigos del protagonismo mediático de dos guerras que tuvieron un impacto desastroso en el planeta. La guerra entre Rusia y Ucrania ya ha dejado miles de víctimas mortales, millones de desplazados y numerosos daños medioambientales que incluyen la contaminación del agua, el suelo y el aire, así como la destrucción de ecosistemas. Más recientemente, hemos presenciado impotentes el conflicto entre Israel y Hamas, ubicado en la Franja de Gaza, que tuvo como resultado el asesinato y el desplazamiento de miles de civiles, especialmente niños. Observamos el consiguiente daño ambiental generado principalmente en el territorio palestino, debido a la destrucción de tierras y cultivos, pérdida de biodiversidad, así como el control y contaminación de fuentes de agua por parte de Israel, comprometiendo la seguridad alimentaria de miles de personas de personas a corto y mediano plazo6.
Hoy, en pleno 2023, a pesar de que la humanidad ha desarrollado un marco legal global para regular los conflictos bélicos, buscando garantizar el respeto a los derechos humanos de los civiles y el medio ambiente, seguimos lamentando la muerte de miles de personas indefensas y la destrucción masiva del medio ambiente, sin que parezca haber alternativas para frenar la barbarie.
El impacto de la guerra en el medio ambiente trasciende la pérdida de biodiversidad y los servicios ecosistémicos asociados7. Los cambios ambientales resultantes de la guerra modifican la dinámica social, ya que se altera la interacción entre las personas y el medio ambiente. Por ejemplo, es necesario adaptar los rituales y recetas tradicionales, ya que es posible que ya no se encuentren determinadas especies o recursos específicos. En algunos conflictos se pueden observar consecuencias más graves, como la dificultad para acceder al agua potable, al aire limpio y para garantizar la soberanía y la seguridad alimentaria. Especialmente esto último, relacionado con asegurar alimentos a millones de personas en regiones en conflicto o afectadas por el cambio climático, constituye una de las mayores preocupaciones a nivel global. A pesar de las dificultades, las comunidades a nivel local y regional buscan formas y alternativas para producir alimentos y garantizar el bienestar de las poblaciones humanas, en armonía con la naturaleza.
Por estos motivos, en esta décima edición de la Revista Bioika compartimos contenidos relacionados con la producción sostenible de alimentos, dirigidos tanto a la agricultura como a la ganadería, así como la importancia de discutir estos conocimientos con la sociedad en general. Esperamos que sea una oportunidad de análisis y reflexión crítica sobre las causas políticas, económicas, ecológicas y culturales de los conflictos socioambientales, así como sobre las posibilidades que tenemos para promover un mundo más solidario y sostenible. Como siempre, bienvenidos a este espacio digital de discusión sobre los problemas regionales que vivimos en nuestro continente.