La disponibilidad y la distribución del agua, son unas de las mayores preocupaciones a nivel mundial para el siglo XXI. De hecho, en julio de 2010, fue reconocido por la Asamblea General de las Naciones Unidas, el derecho humano al agua y al saneamiento, que debe garantizar una cantidad mínima de entre 50 y 100 litros diarios por persona, debe ser de buena calidad, no puede superar el 3% de la renta total del hogar y adicionalmente, no debe estar a más de 1 km de distancia. Esta preocupación cobra sentido si se tiene en cuenta que, en el 2017, 2,1 billones de personas no tenían agua potable y 4,5 billones, carecían de servicios de saneamiento (OMS/UNICEF 2017) (Figura 1).
Por tratarse de un recurso fundamental para la vida, la falta de abastecimiento genera inequidad social, pobreza y una fuerte amenaza a los ecosistemas y la biodiversidad (Figura 2), favoreciendo el incremento de la violencia en las comunidades. Es importante considerar que los problemas asociados al acceso al agua, no solo tienen que ver con la presencia real y física de esta en un territorio, sino que está determinada por la capacidad de gestión administrativa del recurso. Este es probablemente uno de los principales retos de América Latina, el fortalecimiento de las instituciones gubernamentales encargadas de la gobernanza del agua y que le permitan a la región ser líder en la creación de políticas de desarrollo sustentable.
Ante este escenario, han surgido esfuerzos en diferentes escalas administrativas que buscan incorporar en las agendas políticas nacionales e internacionales, el uso razonable y la conservación del agua. Uno de los más notables por su trascendencia, es la propuesta de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, que busca que en 2030 se garantice una vida digna y sostenible para todos los ciudadanos del mundo. Llama la atención que varios de estos objetivos están relacionados con la problemática del agua.
Los objetivos 1 y 2, contemplan la eliminación de la pobreza, a través de la lucha contra el hambre y la malnutrición, para lo cual es necesario contar con un recurso hídrico apto para la agricultura, silvicultura (manejo productivo de los bosques) y acuicultura (producción de especies acuáticas: peces, moluscos, crustáceos, anfibios, reptiles y plantas) (Figura 3). Por otro lado, el cambio climático exacerba periodos de inundaciones y sequías que afectan ostensiblemente la producción de alimento. Estos objetivos, cobran gran importancia si se tiene en cuenta que, en 2016, aproximadamente 155 millones de niños presentaban retraso en el crecimiento, por causa de una alimentación insuficiente y que en América latina, el hambre ha presentado una tendencia al aumento a partir del 2016.
El tercer objetivo por su parte, habla sobre la cobertura de la salud, que por supuesto depende de la posibilidad de acceder a condiciones de vida salubres y libres de enfermedades contagiosas. El cuarto objetivo, relacionado con la educación, también depende de la disponibilidad del agua para el abastecimiento de las escuelas, principalmente en los países en desarrollo. El séptimo objetivo, relacionado con el acceso a la energía, a la educación, a la salud, etc. Dejamos para el final el sexto objetivo, porque está relacionado directamente con el agua y su disponibilidad, y solo garantizando su cumplimiento lograremos alcanzar los objetivos mencionados anteriormente, pues como es evidente del agua depende la salud, la producción de alimento, la posibilidad de recibir y ofrecer educación de calidad, etc. Alcanzar estos objetivos es fundamental si se considera que para el 2050, por lo menos el 25% de la población mundial, habitará en países con problemas crónicos de acceso al agua.
A pesar de que América latina es una región con gran cantidad de agua dulce, donde de hecho se encuentra una tercera parte del agua dulce del mundo, una gran parte de su superficie presenta estrés hídrico, que consiste en la dificultad en conseguir agua en un determinado periodo de tiempo y que puede ocasionar el agotamiento total del recurso. Adicionalmente, en esta región el 80% de la población es urbana, que ocasiona gran presión sobre los recursos hídricos, la producción de alimento, tasa de urbanización, pérdida de biodiversidad en las zonas de concentración, etc.
Este panorama nos obliga a preguntarnos cómo vamos a establecer prioridades en el uso del recurso hídrico, si, ¿la prioridad está en la industria y las actividades extractivas (fracking, minería, explotación de hidrocarburos)? o ¿primero debemos procurar satisfacer las necesidades mínimas para toda la población y una vez saldada esa deuda histórica con las comunidades menos favorecidas, podremos concentrarnos en la planeación del “desarrollo”? Es evidente que como ciudadanos debemos participar en la discusión y principalmente en la generación de soluciones. Tal vez, ha llegado el momento de hacer un alto en el camino y replantear el estilo de vida que llevamos y repensar el mundo que queremos para las nuevas generaciones. Por eso, es urgente establecer una relación robusta entre nuestros hábitos de consumo y su impacto en el medio ambiente, específicamente en los recursos hídricos. Es decir, que cada ciudadano debe ser consciente de cuál es el gasto de agua que genera su cotidianidad, cuánta agua está detrás de la producción del alimento que consume, de la ropa que viste y en general de los productos que usa.
Por eso, la Revista Bioika, en su afán de popularizar el conocimiento y facilitar la participación de la sociedad, ha querido sumarse a esta discusión a través de esta segunda edición, titulada “Recursos hídricos”. Al navegar por nuestros contenidos, podrán encontrar especialistas en ecología de ambientes acuáticos y algunos de los organismos que allí habitan, para descubrir un poco sobre el estado de nuestro patrimonio hídrico y ambiental en diferentes partes de América latina. Finalmente, los invitamos a hacer parte de esta segunda edición, leyendo, discutiendo y compartiendo los artículos que hemos preparado.