Hace cinco meses estábamos lanzando el editorial de la cuarta edición de la Revista Bioika, conscientes de la importancia de divulgar información acerca de los efectos que los organismos invasores tienen sobre la biodiversidad y de la necesidad de ofrecer un espacio amplio de discusión sobre el asunto.
Dada la relevancia del tema, tuvimos la mayor respuesta por parte de los autores en la corta historia de la revista, y vimos la necesidad de planear un segundo volumen de forma que pudiéramos incluir todos los contenidos que recibimos en la primera etapa de la convocatoria. De esta forma, continuamos desde la perspectiva de las invasiones biológicas la construcción de nuestra quinta edición.
Sin embargo, en el período transcurrido entre el cierre de la cuarta edición y el inicio de la elaboración de este editorial, el mundo cambió, tal vez para siempre. Una invasión microscópica sorprendió a la humanidad. Un virus, que originalmente no afectaba a nuestra especie, apareció y se diseminó globalmente, enfermando y causando la muerte a miles de personas. Sus consecuencias para la humanidad todavía son imprevisibles.
Sí, sabemos que los virus no son oficialmente considerados como seres vivos, pues son maquinarias moleculares incapaces de ejecutar un metabolismo propio y no están dotados de células, las unidades fundamentales de la vida. Aun así, nos tomamos la libertad de analizar los impactos del virus interpretándolo como un proceso de invasión biológica, que es un término que usualmente se limita a organismos en su estricta definición (seres vivos).
La COVID-19, enfermedad producida por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, se detectó por primera vez en la ciudad de Wuhan (capital de la provincia de Hubei, China), a finales de 2019. Mientras se propagaba precipitadamente por todo el país, el contagio se extendió a otros países de Europa y Asia. El 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretó la pandemia. El 19 de marzo, el epicentro de la enfermedad dejó de ser China y pasó a ser Italia y, desde el primero de abril, el epicentro pasó a ser los Estados Unidos.
Actualmente, el mundo está paralizado. A excepción de unos pocos países, la mayoría se encuentran en cuarentena obligatoria. La aparición de la COVID-19, ha puesto en peligro a miles de millones de personas en el mundo. Según el Centro de Ciencia e Ingeniería de Sistemas de la Universidad Johns Hopkins (1), en los EUA, 187 países están afectados y ya se suman aproximadamente 3.578.301 personas contagiadas, 1.162.279 recuperadas y más de 250.000 mil muertes en todo el mundo (4 de mayo de 2020). Esas cifras se cuentan tan solo cuatro meses después del anuncio de los primeros casos en China.
Parece lógico esperar que una emergencia sanitaria de estas proporciones cause mayores perjuicios a los países en desarrollo, pues sus limitaciones económicas, políticas y logísticas afectarán negativamente su capacidad de respuesta a la pandemia. En estos países las mayores dificultades para minimizar la velocidad de diseminación del virus y reducir el número de muertes ocurren por complicaciones de la propia enfermedad y por la deficiente infraestructura del sistema de salud.
Uno de los factores que más contribuyen a la rápida dispersión de la enfermedad es que se presenta de manera asintomática en la mayoría de personas portadoras (aproximadamente 85 % de los infectados), las cuales pueden contagiar a otras sin siquiera saber que son portadoras del virus (2). Los humanos somos vectores de transporte del virus y, al mismo tiempo que contribuimos activamente a la rápida ampliación geográfica de la invasión viral, somos la especie más afectada por el agente invasor.
De acuerdo con el diario The New York Times (3), en América Latina la pandemia fue detectada por primera vez en Brasil, el 26 de febrero y hoy cuenta con poco más de 260.000 casos (1). Esta cifra es preocupante, pues según el diario, Latinoamérica es una de las regiones del mundo con menor inversión en salud pública. Además, desde el 2019 la región sufre la peor epidemia de dengue en la historia, con más de tres millones de casos, según informó la Organización de Naciones Unidas (ONU) en febrero de 2020 (4).
La vida cotidiana cambió, los ciudadanos están confinados en sus casas, escuelas y universidades están cerradas, la industria y el comercio de servicios considerados no esenciales están paralizados. La vida laboral solo continua para aquellos que pueden trabajar desde sus casas y para quienes ofrecen servicios esenciales (transporte, abastecimiento alimenticio, seguridad pública, entre otros), así como para muchos trabajadores informales que viven del día a día y no pueden darse el lujo de permanecer en cuarentena. La economía mundial está parada. Como consecuencia, las emisiones de gases a la atmósfera han disminuido notablemente. Hemos sido testigos de cómo, en muchos lugares, los animales están transitando por ambientes en los cuales no eran vistos hace décadas.
Así como las especies nativas no están preparadas para lidiar con los impactos de la llegada repentina de potenciales organismos invasores en la naturaleza, los seres humanos no poseemos mecanismos inmunológicos de defensa para lidiar con este súbito invasor, el virus de la COVID-19. Eventualmente, la especie humana desarrollará inmunidad a este virus, pero ahora la mayor preocupación se debe a la velocidad con la cual avanza globalmente. Este hecho que estamos sufriendo en nuestra propia piel nos acerca a entender lo que ocurre con miles de especies cuando sus hábitats nativos son invadidos.
El presente debe ser considerado como un momento de reflexión sobre cómo nuestra especie también es vulnerable. Debemos evaluar de forma crítica nuestra relación con el entorno y la forma cómo explotamos los recursos naturales. Estamos presenciando la ineficacia de algunos sistemas socio-políticos frente a situaciones de calamidad. ¿Qué podría protegernos de eventuales enfermedades emergentes todavía más agresivas? ¿Qué aseguraría la protección de la vida y de los Derechos Humanos frente a los agentes invasores más letales, capaces de comprometer gravemente el funcionamiento de servicios esenciales? En este contexto, es necesario reestablecer nuestras prioridades, fortalecer las actividades de producción local de alimentos, incrementar y asegurar la inversión en ciencia y tecnología, fomentar los sistemas de salud pública y ser altruistas y solidarios frente a los más vulnerables. Es hora de cambiar nuestro futuro.
Sean bienvenidos a la quinta edición de la Revista Bioika en la cual seguiremos hablando sobre especies invasoras y, por supuesto, de las últimas noticias relacionadas con la COVID-19.
Referencias
- Centro de Ciencia e Ingeniería de Sistemas de la Universidad Johns Hopkins: https://systems.jhu.edu/
- Ruiyun, L., S. Pei, B. Chen, Y. Song, T. Zhang, W. Yang y J. Shaman. 2020. Substantial undocumented infection facilitates the rapid dissemination of novel coronavirus (SARS-CoV2). 16 Mar 2020. DOI: 10.1126/science.abb3221
- The New York Times: https://www.nytimes.com/es/2020/03/19/espanol/opinion/coronavirus-america-latina-gobiernos.html?fbclid=IwAR3xtRWDjHBBNfx70cBo05ZmxPh1U9m-noFm8i2cztCxvXbVYIJpCt_OUME
- Noticias ONU: https://news.un.org/es/story/2020/02/1469521