A mediados de la década de 1990 surgió una hipótesis más que interesante que daba cuenta de que los árboles podían comunicarse entre sí, esto es, movilizar información a través de sustancias químicas entre ellos usando una compleja red de hongos que conectaban sus raíces. Veinticinco años después, un nuevo estudio de revisión bibliográfica revela que esta hipótesis aún carece de sustento suficiente.
Las micorrizas son asociaciones entre hongos del suelo y raíces de plantas donde ambos organismos se benefician mutuamente en un tipo de relación simbiótica conocida como mutualismo. Esto es, los hongos que forma las micorrizas proveen de nutrientes y agua a las raíces de la planta, y a cambio, la planta le provee de azúcares simples que le sirven como alimento. Las micorrizas son útiles además porque aumentan la superficie de captación de sustancias en el suelo, protegen a la planta de otros hongos patógenos e incluso limitan la captación de sustancias tóxicas como metales pesados que pueden ser perjudiciales para la planta en altas concentraciones.
Este tipo de interacción ha sido descrita muchas veces en la naturaleza y es particularmente importante en algunos cultivos frutales, hortícolas como tomates, cebollas, zapallos, o incluso en olivares, que luego producen aceite de oliva, mejorando así la calidad del producto. No todas las especies de hongos pueden formar micorrizas, y entre las especies que las forman, algunas pocas crean una red que cubre las raíces y se expande por el suelo (las llamadas ectomicorrizas); en tanto que, en otras especies, el micelio del hongo (estos son los filamentos que forman su cuerpo), penetran dentro de la raíz de la planta sin afectar su funcionamiento favoreciendo el intercambio de sustancias (las llamadas endomicorrizas).
Suzzane Simmard & colaboradores, 1997
algunas especies de árboles podían movilizar nutrientes y carbono entre sí a través de una compleja red de micorrizas que actuaban como avenidas de información
En 1997, un artículo publicado por la Dra. Suzanne Simard en la revista Nature mostró en un experimento realizado en el campo, que algunas especies de árboles podían movilizar nutrientes y carbono entre sí a través de una compleja red de micorrizas que actuaban como avenidas de información, en este caso, transportando carbono, nitrógeno y fósforo. Con esta red, se especuló que, por ejemplo, los árboles más viejos podían compartir nutrientes con árboles más jóvenes u otros árboles enfermos, e incluso al morir movilizar nutrientes hacia árboles más jóvenes. A este fenómeno se lo conoció como una “red de internet vegetal”.
Posteriormente, otros estudios han especulado sobre la posibilidad de que las plantas pueden compartir otros tipos de información a través de sustancias químicas volátiles, por ejemplo, para advertir la presencia de depredadores (como un insecto) a plantas vecinas y así posibilitar que actúen generando sustancias químicas que disuadan al insecto de comerlas.
Ciertamente, las plantas responden a estímulos externos generando corrientes eléctricas a través de cambios en la polarización de las membranas de las células. Con este mecanismo, por ejemplo, una venus atrapamoscas (una de las más conocidas plantas carnívoras) puede cerrar sus hojas a tiempo para así capturar un insecto y obtener el nitrógeno que necesita para sobrevivir. Estos cambios eléctricos desencadenan otros mecanismos, a nivel fisiológico, que permiten responder a las plantas a diferentes estímulos como son cambios en la cantidad de luz que reciben, o cambios en la disponibilidad de agua. Las plantas también producen hormonas al igual que los animales, pero en este caso, son conocidas como fitohormonas e intervienen en numerosos procesos como la floración, el desarrollo de raíces, la formación de frutos o la caída de las hojas.
La producción de corrientes eléctricas o incluso de fitohormonas son mecanismos de respuesta que han desarrollado las plantas a lo largo de su evolución para responder a estímulos externos que le permiten adaptase a su entorno de forma rápida. Sin embargo, aún no tenemos información suficiente de si las plantas son capaces de comunicarse entre sí, compartiendo sustancias a través de redes subterráneas de hongos.
Aún nos falta evidencia
Según Justine Karst, autora de un nuevo estudio que analiza la relevancia del estudio de Simard, propone que por muy atractiva que nos resulte esta hipótesis, es posible que nos encontremos frente a un fenómeno que en ciencia se conoce como “sesgo de citación”. Este fenómeno es frecuente en las ciencias médicas y describe la tendencia a citar de forma excesiva sólo aquellos estudios previos que reportan un efecto significativo. También se usa para describir la tendencia a citar preferentemente estudios previos que concuerden con nuestra conclusión, sesgando de este modo los resultados obtenidos.
En su trabajo publicado en el año 2023, Justine Karst y sus colegas revisaron todos los estudios publicados en referencia al tema de las micorrizas como redes de información vegetal en los últimos 25 años. En este trabajo donde se revisaron 1.676 manuscritos publicados, encontraron que los estudios que reportaban intercambios de información entre plantas a través de redes de micorrizas fueron muy pocos y se citaron de forma excesiva.
Karst & colaboradores, 2023
el hecho de que las plantas puedan advertirse sobre la presencia de depredadores o potenciales fuentes de daño ha sido comprobado sólo una vez y dentro de un invernadero
Una forma de comprobar que estas redes de micorrizas permiten transmitir información entre plantas sería a partir de un análisis comparativo de los genes de los hongos y plantas que viven asociados considerando diferentes especies y regiones. Sin embargo, el estudio realizado por Karst y colaboradores (2023) revela que esto solo se ha probado para dos especies. En segundo lugar, este estudio de revisión muestra que el hecho de que las plantas puedan advertirse sobre la presencia de depredadores o potenciales fuentes de daño ha sido comprobado sólo una vez y dentro de un invernadero.
De ser cierta esta hipótesis, los resultados serían útiles para, por ejemplo, generar áreas protegidas, priorizando bosques heterogéneos con árboles madre que puedan proteger a otros árboles más pequeños mientras crecen, o favorecer que varias especies puedan persistir a lo largo del año a partir de que diferentes individuos puedan compartirse agua y nutrientes en épocas que normalmente les resultaran desfavorables. Las conclusiones obtenidas tendrían también implicancias en la producción de alimentos, beneficiando la producción de cultivos eco-amigables al reducir el uso de fertilizantes, pesticidas y el riego a partir de incluir plantas tutoras que favorecieran y protegieran otras.
El estudio publicado por Karst y colaboradores no desmiente la posibilidad de que existan redes de micorrizas conectando comunidades vegetales enteras, sino que nos advierte de que por más que una hipótesis pueda resultar muy atractiva, es necesario compilar una gran cantidad de evidencia para demostrar que es aplicable a distintas situaciones ambientales y regiones geográficas.
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Más información en:
- Beiler, K. J., Durall, D. M., Simard, S. W., Maxwell, S. A., & Kretzer, A. M. (2010). Architecture of the wood‐wide web: Rhizopogon spp. genets link multiple Douglas‐fir cohorts. New Phytologist, 185(2), 543-553. https://nph.onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1111/j.1469-8137.2009.03069.x
- Karst, J., Karst, J., Jones, M.D., Hoeksem, J.D. (2023). Positive citation bias and overinterpreted results lead to misinformation on common mycorrhizal networks in forests. Nature Ecology & Evolution 7:1-11. https://www.nature.com/articles/s41559-023-01986-1
- Simard, S., Perry, D., Jones, M. et al. (1997). Net transfer of carbon between ectomycorrhizal tree species in the field. Nature 388, 579–582. https://www.nature.com/articles/41557